5 de abril de 2010

Juventud y Posmodernidad - Parte 9



CREAR ESTRUCTURAS DE CREDIBILIDAD


I. INTRODUCCIÓN


Ya hemos mencionado anteriormente que en un sociedad pluralista –y la nuestra lo es- las únicas cosmovisiones, las únicas formas de ver la vida que pueden sobrevivir son aquellas que cuentan con una buena estructura de credibilidad o plausibilidad.


Este tipo de estructura era descrito como un grupo humano que encarna los valores y estilos de vida defendidos por una cosmovisión en particular. La carencia de este tipo de estructuras en un mundo pluralista, relativista y tolerante pone en peligro de extinción cualquier tipo de modo de ver la vida, por mucho que el mismo pueda clamar ser la verdad con mayúsculas o minúsculas.


Si nos centramos en la realidad de nuestro país, España, no es osado afirmar que el cristianismo, en buena parte, no es considerado por las personas como una alternativa sobre la cual construir sus vidas debido a la falta de credibilidad que tiene. La fe cristiana, representada mayoritariamente en España por la Iglesia Católica, no es creíble y eso, es debido a que no somos percibidos los cristianos como una comunidad que encarna los valores que defendemos y aseguramos ser verdaderos.


Podría pensarse que esta declaración es totalmente subjetiva y estar en radical desacuerdo con la misma. Sin embargo, lo dicho en el anterior párrafo está sustentado por varios estudios sociales realizados en nuestro país. Simplemente a modo de apoyo citaremos dos de ellos.


Un estudio realizado este mismo año -2004- entre los jóvenes barceloneses reflejaba que el 80% de ellos desconfiaba de la iglesia. Únicamente los partidos políticos, con una desconfianza del 88%, eran menos creíbles a los ojos de los jóvenes barceloneses. Este porcentaje era mayor en el estudio JOVENES ESPAÑOLES 2000, dirigido por el profesor Javier Elzo y publicado por la Fundación SM.


El punto central radica en que a los ojos de la juventud española, el cristianismo no es creíble y, por tanto, no van a considerarlo como una opción sobre la cual construir su proyecto vital. Sin estructura de credibilidad no hay opción de supervivencia posible en una sociedad postmoderna. Además, y todos los que trabajamos con jóvenes somos conscientes de ello, los mismos jóvenes de nuestras iglesias están abandonando la fe y dejándola de considerar como el eje vertebrador de su proyecto vital por la misma razón, la falta de credibilidad de nuestras comunidades.


No olvidemos que para los jóvenes postmodernos ver es creer. No echemos en saco roto la realidad de que la verdad para ellos es algo experimental, no un simple concepto intelectual. Meditemos sobre las implicaciones de la realidad de que para estos jóvenes la verdad únicamente es identificable cuando la pueden ver encarnada en un grupo humano. Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros lleno de amor y de verdad.


II. UNA VIEJA TRADICIÓN DE ESTRUCTURAS DE CREDIBILIDAD


Si bien es cierto que el concepto de “estructura de credibilidad” es un término acuñado en nuestros días por los sociólogos y estudiosos de la cultura, no lo es menos que el principio –dar credibilidad a lo que creemos con nuestro estilo de vida- es más viejo que el tebeo y está presente a lo largo de todas las páginas de la Escritura.


El pueblo de Israel fue escogido por Dios para ser un testimonio –estructura de credibilidad- suyo entre todas las naciones de la tierra. La idea era que la cercana relación entre el Señor e Israel fuera una evidencia que moviera a los otros pueblos a plantearse la cuestión y volverse hacia el único Dios (véase a este respecto Deuteronomio 4:1-9)


Israel falló de forma estrepitosa en su responsabilidad de ser una buena estructura de credibilidad. En sus primeros tiempos debido a que siguió y se contagió del estilo de vida idolátrico de los otros pueblos. Esto llevó incluso a su destrucción como nación, primero del reino del Norte, Israel y posteriormente del reino del sur, Judá.


En sus últimos tiempo el reconstituido Israel se fue al extremo contrario y se convirtió en una sociedad cerrada y excluyente, que perdió de vista nuevamente cual era el propósito de Dios para su pueblo. En su xenofobia y rechazo de los otros pueblos perdieron su oportunidad de ser una buena estructura de credibilidad y consiguieron todo lo contrario, hacer aborrecible en nombre de Dios entre los gentiles (véase Romanos 2:24)


Jesús fue la estructura de credibilidad de Dios. Este es un punto que ya hemos tratado anteriormente. Con su vida, muerte y resurrección Jesús dio total y absoluta credibilidad al amor de Dios hacia la humanidad. Este amor habría quedado única y exclusivamente en palabras, en grandes declaraciones de intenciones y propósitos si no hubiera sido porque Cristo, haciéndose ser humano y muriendo por nosotros, hizo creíble, plausible, auténtico y genuino el interés del Señor por una humanidad caída.


Jesús da credibilidad a Dios. Del mismo modo Jesús hace creíble su propio mensaje porque ante todo, y sobre todo, Jesús encarnó todos los valores que predicó. Su estilo de vida estuvo caracterizado por ser un ejemplo viviente del nuevo tipo de humanidad que planteaba y así lo ilustró en sus relaciones con Dios y con los hombres.


Jesús llamó a la iglesia a vivir de tal manera que hiciera creíble el evangelio a los ojos de un mundo que está bajo el dominio y la oscuridad de Satanás. El Señor nos dijo que éramos sal y luz y que una ciudad en lo alto de una montaña no podía esconderse. Mencionó una y otra vez que nuestro estilo de vida –algo evidente, comprobable y verificable por los demás- sería la causa principal que nos identificaría como hijos de Dios y discípulos suyos. No deja de ser curioso que el énfasis se ponga en el estilo de vida y no necesariamente en las creencias. Tiene todo el sentido porque las estructuras de credibilidad no se construyen con ideologías sino con vidas transformadas, devotas y comprometidas.


Las cartas del Nuevo Testamento están vacías de exhortaciones a la evangelización. Es curioso pero es necesario rebuscar ampliamente entre las páginas del Nuevo Testamento para poder encontrar en los consejos de Pablo, Pedro, Santiago u otros escritores bíblicos, referencias a la necesidad de evangelizar.

No obstante las referencias que pueden ser leídas en clave de construir estructuras de credibilidad son muy abundantes. Una y otra vez nos encontramos en las epístolas referencias a cultivar, cuidar y promover un estilo de vida que evidencia la realidad de nuestro caminar con el Señor. (véase entre otras referencias 1 Pedro 2:11-12; 3:1-2; 1 Juan 1:1-4; 2:3-4; 4:7-9)


III. EL RETO DE DESARROLLAR ESTRUCTURAS DE CREDIBILIDAD


Hay un episodio que todavía está vivo en mi mente como el día que sucedió hace ya varios años.

Mi esposa y yo paseábamos por la playa de la Vila Olímpica de Barcelona una tarde verano. Era aquella hora en la que el sol ha perdido su fuerza y está a punto de ponerse. La luz tiene un tono muy especial en ese momento del día. La playa estaba prácticamente vacía, tan sólo unos pocos bañistas aquí y allí permanecían.


Entonces comenzó ante los nuestros ojos un desfile de seres deformes. Jóvenes y adultos con claros síntomas de enfermedades cerebrales y/o degenerativas, todos ellos en sillas de ruedas, eran conducidos hacia la playa por un grupo de jóvenes de aspecto “Cumbayá” Era evidente que habían escogido premeditadamente aquella hora de la tarde para evitar que aquello se convirtiera en un espectáculo.

Dos cosas nos impactaron de aquella situación. En primer lugar la alegría de los voluntarios que llevaban a cabo aquel increíble trabajo. En segundo lugar, su amor y dedicación hacia gente necesitada. El espectáculo rompía el corazón y hacía que las lágrimas pugnaran por salir de nuestros ojos.


Un versículo vino a mi mente y me golpeó de forma brutal, fueron aquellas palabras de Jesús cuando afirmó: “Os aseguro que los que cobran los impuestos para Roma, y las prostitutas, entrarán antes que vosotros en el reino de Dios” (Mateo 21:31)


Porque no podemos obviar la apabullante realidad de que hay miles y miles de personas que sin ser cristianas, ni conocer a Dios, ni pertenecer a ninguna iglesia evangélica, viven de forma más fiel y más intensa muchos de los valores del Evangelio que nosotros mismos. Y que tristemente aquellos que no conocen a Dios van por delante nuestro en lo que a encarnar algunos de los valores más importantes del cristianismo se refiere.


Tristemente la iglesia en vez de verse desafiada por semejante realidad y sentirse empujada a una profunda revisión de nuestra función como estructura de credibilidad ha reaccionado menospreciando y echando por tierra la labor de aquellos que aman a su prójimo y se entregan por él. Hemos cuestionado sus motivaciones, hemos cuestionado aspectos morales de su estilo de vida y, sobre todo, hemos apelado que no tienen la verdad, no conocen a Dios y nunca han orado la oración de salvación. Dicho de otra manera, es posible que hagan el bien –sólo posible, habría que investigar que retorcidas razones les mueven- pero en cualquier caso no tienen la verdad. ¿Quién fue aquel que dijo: “quiero misericordia y no sacrificios”?


Es tiempo para la demostración, se acabó la era de la proclamación. Si realmente queremos servir como estructura de credibilidad para el mensaje del Evangelio hemos de cambiar totalmente nuestro paradigma con relación a la evangelización y el discipulado, hemos de asumir que los tiempos han cambiado y que hemos de redescubrir y recuperar el viejo paradigma bíblico del “Ven y ve”


En un mundo como el que nos tocado vivir lleno de dolor, sufrimiento, desesperanza y necesidades los creyentes no podemos quedarnos de brazos cruzados, ajenos a esas realidades y repitiéndonos una y otra vez que tenemos la verdad. La verdad que no lleva a la acción no es tal verdad es un mero discurso vacío de sentido y de poder.


DEMOSTRAR VERSUS PROCLAMAR


Durante varios siglos la evangelización ha sido comprendida como una proclamación o verbalización del mensaje del Evangelio y, de éste, reducido a unos cuantos principios básicos. Las Cuatro Leyes Espirituales serían un ejemplo magnífico en este sentido.


La evangelización se entendía desde un paradigma espiritual e intelectual. Espiritual en cuanto a que lo importante era la salvación de las almas. Los seres humanos eran percibidos como almas y lo más importante y prioritario era la salvación de las mismas. Las personas no eran vistas ni comprendidas como seres humanos integrales, por tanto, la salvación era algo esencialmente espiritual que no necesariamente afectaba al resto del ser humano.


Sin duda esta era una visión reduccionista. Si el pecado, tal y como vemos en Génesis 3 afectó a la relación del ser humano con Dios, con otros seres humanos, consigo mismo y con su entorno. La salvación –no olvidemos que el Hijo de Dios vino para restaurar las obras del maligno- debía de afectar a esas mismas áreas. Una caída integral requería una redención integral.


Desde esta perspectiva todo esfuerzo social que no sirviera de “coartada” para la evangelización –entendida esta como salvación de almas- no era valorado y se consideraba una pérdida de tiempo. Ministrar a los seres humanos en sus necesidades era simplemente un trampolín, una estrategia para lo que realmente era importante, la proclamación del mensaje para la salvación del alma.


Intelectual en cuanto a que el mensaje del Evangelio se entendía como una serie de conceptos o proposiciones dirigidas al intelecto de las personas. El Evangelio era algo que se debía de creer, entendiendo por creer, la comprensión y aceptación de ciertas proposiciones intelectuales. Una mala comprensión del término bíblico creer, nos ha llevado a la histriónica situación de que no importa cómo vivas siempre que aceptes intelectualmente las verdades correctas.


Esta degeneración del concepto de creer nos ha llevado hasta tal punto que incluso aquellos que creemos –aunque no practiquemos- nos sentimos con la libertad y la autoridad para poder juzgar a aquellos que practican pero, desde nuestro punto de vista no creen lo correcto. Cuando confrontados con las enseñanzas de Santiago respecto a la nulidad de ese tipo de fe o creencia, no nos sentimos en absoluto afectados y nos repetimos una y otra vez: “no por obras para que nadie se glorie”


Para millones de cristianos nacidos y educados bajo este paradigma de evangelización esta es la única y correcta manera de dar a conocer el mensaje de salvación a un mundo perdido.


Sin embargo, es muy cuestionable que este sea el único modo de evangelizar. Sin duda es un modo. Sin duda ha sido válido durante muchas generaciones y ha servido para que personas se acercaran al conocimiento de Dios, pero sería un error creer que es el modo por antonomasia y aún más creer que es el modo bíblico de llevar a otros el mensaje de salvación.


Los tiempos han cambiado y de nuevo ha vuelto a salir a la palestra lo que ya vimos que la Biblia una y otra vez indica, la necesidad de construir estructuras de credibilidad. Sin duda, el método de proclamación sin encarnación ha quedado totalmente obsoleto y no responde a las demandas de la realidad social. Para aquellos que confunden el medio con el fin, o la forma con la función, esto es una auténtica catástrofe. Sin embargo, para aquellos que buscan ser sal y luz en su generación de una forma efectiva hay buenas noticias en la Palabra de Dios hacia la que nos podemos volver en busca de principios de trabajo.


El nuevo paradigma de evangelización tiene varias características.


1. Demostración por medio de la encarnación


Hemos abundado ya ampliamente sobre este concepto. La verdad bíblica es siempre una verdad encarnada en la vida de individuos y comunidades. Estas, con su estilo de vida hacen creíble, plausible las verdades que defienden y proclaman.


Dios debe ser evidente en nuestras vidas, nuestras familias y nuestras comunidades. Su presencia y su trabajo sobrenatural ha de ser real y visible, no únicamente para nosotros, sino para aquellos que no creen y nos rodean.


2. Una visión integral del ser humano


La salvación restaura todo aquello que el pecado destruyó y corrompió. Cuando la salvación llega a una casa no solamente el alma es limpia de pecado y restaurada, también lo son las relaciones interpersonales, la propia visión y dignidad que ese ser humano tiene de él mismo, su relación con el entorno, sus heridas emocionales, sociales, mentales.


Un buen ejemplo en este sentido lo encontramos en la curación de un leproso que aparece en el evangelio de Marcos en el capítulo 1:40-45. Jesús se preocupó por la salvación integral de aquel desgraciado. En primer lugar lo tocó, algo totalmente innecesario y que le declaraba impuro según la ley levítica. Ahora bien, el toque hacia un ser humano que durante tiempo había vivido en total soledad sin que nadie jamás le hubiera tocado y mostrado afecto significó mucho.


El toque de Jesús devolvía dignidad de ser humano y transmitía afecto, identificación y cariño, transmitía el mensaje: “eres digno y valioso. Te amo”.


Jesús ministró su necesidad física curándolo. Le ordenó que presentará la ofenda prescrita, lo cual significaba que su relación con Dios estaba restaurada, podía volver a relacionarse con Dios en el templo. Finalmente, Jesús se preocupó también por su situación social, por restaurarlo a su entorno. Le dijo que se presentara ante el sacerdote para que este diera evidencia ante la comunidad de su curación, permitiéndole, por tanto, volver a la comunidad de Israel.


Jesús nunca tuvo una visión reduccionista del ser humano. Jesús no vio almas, vio hombres y mujeres auténticos, integrales.


3. Una involucración con las necesidades de un mundo que sufre.


Santiago, el hermano de Jesús, en 1:27 nos dice: “he aquí la religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre: asistir a los débiles y desvalidos en sus dificultades y mantenerse incontaminado del mundo.”


Uno de los pecados que de forma reiterada los profetas denunciaban era que Israel y Judá se habían olvidado del huérfano y de la viuda. Esta expresión en el Antiguo Testamento sirve para referirse a todos aquellos desvalidos y necesitados. El huérfano y la viuda ilustraban pero no excluían a todos aquellos que vivían en una situación de necesidad y estaban desvalidos.


El ministerio de Jesús nos muestra con toda claridad este tipo de entrega a un mundo en necesidad. Es tan obvio que no vamos a invertir más tiempo desarrollando los múltiples ejemplos que podemos encontrar en las Escrituras.


Así lo ha entendido la iglesia cristiana a lo largo de los siglos. Todas las instituciones que hoy en día forman parte de las redes de servicios sociales de los países más desarrollados nacieron al amparo de la iglesia: escuelas, universidades, educación para todos, hospitales, asilos para ancianos, orfanatos, casas para moribundos, etc., etc. Todo esto hoy en día se ha convertido en un derecho de cualquier ciudadano y el estado ha asumido todas esas competencias, ahora bien, es importante no olvidar que nacieron todas, sin excepción, a la luz de la cruz. El mundo grecorromano desconocía ese tipo de instituciones de tipo universal.


4. Una vida radical y auténtica


La autenticidad, el ser genuino ha de ser la marca de la nueva evangelización. Porque probablemente ésta será más una cuestión de ser y vivir que de hacer.


Es muy probable que simplemente tengamos que vivir de una forma real, radical, cristocéntrica que evidencia que Cristo está en nosotros.


Estamos hablando de un estilo de vida que despierte preguntas e interrogantes y que como dijo un pensador cristiano no pueda ser comprensible si no es debido a la presencia de Dios en nuestras vidas.


Preguntas para reflexionar:

1. ¿Cómo podemos crear estructuras de credibilidad para los jóvenes de nuestras iglesias?

2. ¿Cómo podemos crear estructuras de credibilidad para los jóvenes no cristianos?

3. ¿Qué iniciativas prácticas podemos poner en acción?


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