Dios colocó a Adán y Eva en un entorno idea de total armonía. El ser humano experimentaba, mientras estaba en el jardín de Edén, cuatro grandes armonías que vale la pena notar.
En primer lugar, una armonía con Dios. La relación entre el ser humano y su creador era fluida y directa. El texto refleja con claridad que había una comunicación abierta y clara entre el creador y sus criaturas. Dios hablaba y ellos podían entender. El texto menciona que el Señor se comunicaba con ellos, como si fuera lo más normal del mundo, y lo refleja así, porque precisamente era eso, lo más normal del mundo.
En segundo lugar, el ser humano tenía una armonía interna. Estaba totalmente libre de todos los sentimientos autodestructivos que hoy en día forman la realidad cotidiana de cualquier ser humano. La paz, el propósito, el sentido para sus vidas, en fin, la armonía interna con ellos mismos, era la tónica dominante.
En tercer lugar, Adán y Eva gozaban de una armonía en sus relaciones interpersonales. Nada enturbiaba el compañerismo, la unidad y el amor entre ellos.
En cuarto y último lugar, el ser humano tenía una armonía con la creación de Dios. Esta era benigna y amigable hacia las personas y viceversa. Adán y Eva eran responsables de cuidar la buena creación de Dios y ésta proporcionaba todo lo que necesitaban para una vida completa.
En este entorno ideal, Dios comunicó dos cosas importantes al ser humano. La responsabilidad de tener cuidado de su creación, algo que ya ha sido mencionado anteriormente, y el mandamiento de no comer del árbol del bien y del mal (2:17)
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