La serpiente. El propósito de este documento no es centrarse en la identidad de la serpiente, sino más bien en su papel. Volvemos a insistir que en la cosmogonía lo importante es lo central, no lo periférico. Es sin duda, más significativo el papel jugado por este animal que su identidad.
La serpiente se acercó de una manera tremendamente sabia a Eva. Exageró el mandamiento de Dios, lo presentó de una manera desproporcionada, ¿os ha dicho que no comáis del fruto de ningún árbol del jardín? y cuestionó las motivaciones del Señor al poner semejante limitación en el ser humano, No es cierto, no moriréis. Dios sabe muy bien que cuando comáis del fruto de ese árbol podréis saber lo que es bueno y lo que es malo, y que entonces seréis como Dios.
La tentación que los seres humanos recibieron fue la de ser semejantes a Dios, ser iguales a Él, ser autónomos e independientes con relación al Creador.
Adán y Eva conocían el bien y el mal ya que este había sido claramente establecido por Dios. La tentación de ser iguales al Señor implicaba que ellos podrían determinar por sí mismos lo que era bueno y lo que era malo a sus propios ojos. Estamos hablando de una independencia, de una emancipación moral con respecto a Dios. Ya no hay que obedecer sus reglas, vamos a determinarlas por nosotros mismos, creemos nuestro propio concepto de bien y mal. Y por supuesto, el bien será aquello que nos conviene y gratifica y el mal será aquello que desde nuestro punto de vista no nos conviene, interesa o gratifica. Es la base de todo relativismo moral, el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto se convierten en una cuestión de gusto y preferencia personal.
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