6 de mayo de 2010

Una Perspectiva Bíblica De La Salvación X. El Propósito De La Venida De Jesús


En 1 Juan capítulo 3 versículo 8 leemos,

Pero el que comete pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Precisamente para esto ha venido el hijo de Dios: para deshacer lo hecho por el diablo.

Creemos que es sana interpretación de la Biblia el afirmar que las cuatro fracturas producidas por el pecado, y de las cuales hemos hablado anteriormente, es a lo que Juan se refiere al afirmar, lo hecho por el diablo.

Y según afirma el apóstol y discípulo amado de Jesús, este es precisamente el propósito de su venida deshacer estas cuatro grandes fracturas que el pecado ha producido en la vida de todos los seres humanos.

En ocasiones tenemos un acercamiento simplista a la salvación. Supongamos que existe una línea imaginaria que separa a aquellos que van al cielo de los que están condenados. Todos nuestros esfuerzos se centran en ayudar a la mayor cantidad posible de personas a pasar del lado incorrecto al correcto de la imaginaria raya. Pensamos que la salvación, tal y como es descrita en las Escrituras, es mucho más que eso.

Acerquémonos a dos ejemplos sacados del ministerio de Jesús. Mateo, Lucas y Marcos, este último en 1:40-45, narran la curación de un leproso llevada cabo por Jesús. El relato nos muestra cómo el Maestro se acercó a esta persona y la ministró de una manera integral.

Jesús lo tocó para sanarlo. Tocarlo era innecesario para la curación pero además era inconveniente. Innecesario, porque su simple orden habría bastado para que aquel hombre quedara limpio. Inconveniente, porque, de acuerdo con la ley levítica, al tocarlo, Jesús quedaba impuro desde el punto de vista ceremonial y, consecuentemente, no podía participar en la vida religiosa de Israel. ¿Por qué pues lleva a cabo semejante acción? Sin duda, porque tocándolo, Jesús estaba ministrando las necesidades emocionales de aquel hombre.

Los leprosos estaban obligados a vivir segregados del resto de la población. Tenían que advertir su presencia cuando se movían de un lugar a otro a fin de que las personas sanas pudieran evitar cualquier contacto físico con ellos. Sabemos que, en ocasiones, acostumbraban a vivir en grupos de enfermos que sobrevivían por la caridad de familiares y amigos que les llevaban alimentos. Estaban totalmente excluidos de la vida social y religiosa de Israel. De hecho, existía la creencia popular de que la lepra era una especie de castigo por el pecado.

¿Podemos imaginar cuánto tiempo hacía que aquel hombre no recibía el afecto de otro ser humano que no fuera enfermo como él? ¿Podemos imaginar el sentimiento de dignidad, de valor como ser humano, de compasión y de aceptación que el Maestro le transmitió por medio de su toque? Había unas necesidades emocionales que era preciso ministrar y Él lo hizo.

Sus necesidades físicas también fueron cubiertas. Aquel hombre fue curado de su enfermedad, recibió la salud que imploraba y necesitaba. Pero Jesús no se quedó aquí. Le ordenó que se presentara ante el sacerdote. Este era un paso muy importante. El sacerdote era el responsable de declararlo limpio delante de la sociedad. Esta declaración implicaba que podía volver a integrarse en la comunidad de Israel de la cual vivía segregado. El Maestro se está preocupando por restaurar las relaciones sociales de aquel ser humano. Finalmente, Jesús agrega que presente su ofrenda. La ofrenda significaba que de nuevo podía venir ante la presencia de Dios y participar en la vida religiosa del pueblo judío.

Vemos que la intervención de Jesús en la vida de este leproso es integral. Lo restaura físicamente –devolviéndole la salud-, lo restaura interiormente –transmitiendo afecto, dignidad, valor como ser humano-, lo restaura en sus relaciones interpersonales –así sabrán todos que ya estás limpio de tu enfermedad - y, finalmente, lo restaura en su relación con Dios –lleva por tu purificación la ofrenda ordenada por Moisés.

Lucas nos narra otro ejemplo del acercamiento integral a la salvación que tantas veces vemos en los evangelios. En el capítulo 19 de su evangelio tenemos el encuentro de Jesús con Zaqueo, el recaudador de impuestos.

Jesús decide alojarse en su casa y, con este gesto, la fractura en la relación entre Zaqueo y Dios queda restaurada. El recaudador recibe de parte de Jesús amor, aceptación, dignidad y perdón. Pero también la fractura interna queda superada. Dice el texto que con alegría recibió a Jesús. Esto contrasta con el miedo, la vergüenza y la culpa que el pecado provocó, como vimos anteriormente, en la vida de Adán y Eva. Los sentimientos autodestructivos son sustituidos por el gozo, entre otros, cuando Dios nos restaura. Finalmente, Zaqueo vio restauradas su relaciones interpersonales, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes; y si he robado algo a alguien, le devolveré cuatro veces más.

Estos dos ejemplos nos ilustran la salvación integral que Jesús ha venido a traer a este mundo. El Maestro no está preocupado por las almas, está preocupado por las personas. Él desea que esas cuatro grandes fracturas que el pecado provocó puedan ser restauradas y podamos vivir la vida que Dios pretendió que viviéramos y que el pecado hizo imposible.

Cuando miramos el mundo a nuestro alrededor vemos un mundo que no es el que Dios pensó, sino el que el pecado ha producido. Cuando miramos a la humanidad a nuestro alrededor no es la humanidad que el Señor pensó, es más bien la que el pecado ha moldeado.

Para eso vino Jesús, precisamente para eso, para que el universo y la humanidad puedan ser lo que el pensó y el pecado impidió que pudiera ser. La rebelión del ser humano afectó a toda la creación, fue una catástrofe cósmica. Del mismo modo, la salvación ha de afectar a toda la creación, ha de ser una redención cósmica.

Jesús es el nuevo Adán, según nos explica la Escritura. Es el primogénito de una nueva humanidad, de una nueva creación que verá su culminación al final de los tiempos, cuando la historia llegue a su destino último. Desde la caída del ser humano en Génesis, Dios ha estado trabajando para restaurar el universo a lo que debió de ser y el pecado no permitió que fuera. La salvación es, consecuentemente, ese proceso en que Dios va formando en nosotros ese nuevo hombre del que habla la Biblia, hecho a imagen y semejanza de Jesús, el cual es el modelo y el prototipo de la nueva humanidad. Veamos algunos pasajes:

Los destinó desde un principio a ser como su Hijo, para que su Hijo fuera el mayor entre muchos hermanos. (Romanos 8:29)

Por lo tanto, el que está unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron; lo que ahora hay, es nuevo. (2 Corintios 5:17)

Hijitos míos, otra vez sufro dolores por vosotros, como los dolores de parto de una madre. Y seguiré sufriéndolos hasta que Cristo se forme en vosotros. (Gálatas 4:19)

De nada vale el estar o no circuncidados; lo que si vale es el haber sido creados de nuevo. (Gálatas 5:16)

Hasta que todos lleguemos a estar unidos en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios. De este modo alcanzaremos la madurez y el desarrollo que corresponde a la estatura perfecta de Cristo. (Efesios 4:13)


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