6 de mayo de 2010

Una Perspectiva Bíblica De La Salvación V. El Pecado


La tentación se plasmó en un acto de desobediencia hacia Dios comiendo del fruto del árbol. Eva primeramente, y posteriormente, a invitación de esta, Adán.

La desobediencia implicaba una declaración de independencia con respecto a la autoridad soberana de Dios. Esto es el pecado en la Biblia, una declaración de independencia con respecto al Creador, un rechazo de su autoridad y de su orden moral. Una negación a someterse y vivir bajo sus normas morales.

Es importante para nosotros no confundir el pecado, el acto de rebelión e independencia con respecto a Dios y su autoridad, con los pecados, las consecuencias en nuestra vida cotidiana de ese acto de insumisión. No confundamos la raíz del problema con las manifestaciones del mismo. La enfermedad con los síntomas que esta provoca.

El concepto bíblico de pecado nos ayuda a entender otro concepto de suma importancia, la conversión. Si el pecado en la Escritura, tal y como hemos visto, es un acto de rebelión e independencia contra la autoridad y soberanía de Dios, la conversión, no puede ser otra cosa, sino todo lo contrario, una rendición incondicional a Dios y a su autoridad.

La palabra conversión no es un término religioso en su origen. Simplemente significa, volverse hacia. Es un cambio de orientación, un giro de 180º en nuestro rumbo.

En su acepción religiosa, conversión es un volverse hacia Dios. Si el pecado fue esa declaración de soberanía del ser humano con respecto a su Creador, la conversión es una sumisión a ese Dios del que deseamos ser autónomos e independientes. Usando una terminología militar, la conversión vendría a ser una capitulación, una rendición incondicional al Dios contra el que nos hemos rebelado.

Para que la conversión, el volvernos a Dios, se produzca, tienen que haber una convergencia de tres aspectos del ser humano, a saber, su intelecto, sus emociones y su voluntad.

La conversión implica el intelecto. Tiene que haber una comprensión intelectual de ciertos hechos y verdades. Hemos de entender el significado de nuestra rebelión contra Dios así como la gravedad y las consecuencias de la misma. Del mismo modo hemos de tener una mínima comprensión de las implicaciones de volvernos a Dios y del costo que puede suponer para nuestro estilo de vida, recordemos que fue el mismo Jesús quien nos invitó a estimar el precio de seguirlo (Lucas 14:27-29). No podemos tomar una decisión válida e inteligente sin tener en cuenta el componente intelectual de la salvación.

Pero también hay una implicación emocional. Hemos de desear el volvernos a Dios. Una vez sopesados los pros y contras existe un deseo, unas ganas, una necesidad de llevar a cabo ese cambio. Nos proyectamos hacia el futuro y nos seduce y agrada la idea. No puede haber una decisión válida que no implique el componente emocional.

Finalmente, también hay un componente de voluntad. Volvernos a Dios significa llevar a cabo cambios en nuestras vidas. Nuestras prioridades, valores, intereses y otras muchas cosas han de cambiar y, si no hay voluntad para ello, no generaremos la energía suficiente para llevar a cabo el cambio y pagar el necesario precio.

Seguir una dieta puede servir como ilustración. Hay un componente intelectual. Nos damos cuenta de los peligros de la obesidad para nuestra salud, las enfermedades que se pueden derivar de ello y las complicaciones de todo tipo. Además, no estamos a gusto con nuestro cuerpo y nos preocupa la estética.

Existe también el componente emocional. Nos gustaría estar delgado, nos proyectamos hacia el futuro y la visión de tener mejor salud y mejor estética nos agrada y nos hace sentir bien.

Pero, finalmente, si no se da el componente de voluntad todo lo anterior no sirve para nada. Al final, lo que cuenta es nuestra disposición de cambiar los hábitos y pegar el precio que supondrá de privaciones y negaciones. Sin voluntad no puede hacerse pero, no cabe duda, la voluntad no podría funcionar sin el auxilio del intelecto y la emoción.

Volverse a Dios, convertirse, es un evento pero también es un proceso. Es un evento porque hay un día, que la mayoría de nosotros podemos señalar, en que tomamos la decisión de cambiar de dirección, de dar ese giro de 180 grados que nos permitió orientarnos hacia Dios.

Pero también es un proceso. Lo es porque la vida es dinámica y nuevas áreas vienen a nuestra experiencia humana que necesitan ser orientadas hacia Dios y puestas bajo su autoridad y señorío. Sería apropiado hablar de convirtiéndonos para enfatizar esa idea de proceso.

No puede haber una clara comprensión del significado e implicaciones de la conversión sin tener una clara comprensión del significado e implicaciones del pecado.


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