Concluimos pues, que la salvación es mucho más que ayudar a las personas a ir al cielo. La salvación es el proceso en que Dios restaura esas cuatro fracturas –con Dios, interna, con otros y con la creación- que el pecado provocó en el ser humano. El pecado afectó al ser humano de forma integral, la salvación también debe afectarlo en su integridad.
Esto nos plantea, en primer lugar, a todos nosotros, en qué medida estamos experimentando la salvación en nuestras vidas. Cuando Zaqueo tuvo su encuentro con el Maestro, éste hizo la siguiente declaración, hoy ha llegado la salvación a esta casa. ¿Ha llegado la salvación a nuestras vidas?
¿En qué medida nuestra fractura con Dios ha sido restaurada? ¿Seguimos viviendo escondiéndonos de su presencia debido a la vergüenza, el miedo y la culpa? O, contrariamente, ¿Podemos ser totalmente transparentes ante Él porque nos sabemos en paz, amados, perdonados, aceptados?
¿En qué medida nuestra fractura interna ha sido restaurada? ¿Está nuestra vida gobernada y bajo la influencia de los sentimientos autodestructivos que son consecuencia del pecado? ¿Vivimos experimentando paz con nosotros mismos y liberados de la muerte y destrucción que esos sentimientos traen a la experiencia humana?
¿En qué medida nuestra fractura en la relación con otros seres humanos ha sido restaurada? ¿Estamos, como dice el apóstol Pablo, en paz con todos los hombres? ¿Hemos de pedir perdón o perdonar a otros? ¿Existen cuentas pendientes en nuestras relaciones interpersonales que nos impiden experimentar la salvación?
Finalmente, ¿En qué medida nuestra relación con la creación ha sido restaurada? ¿Seguimos depredando los recursos naturales sin tener conciencia de que somos mayordomos de los mismos? ¿Nuestro estilo de vida contribuye a la destrucción o a la restauración de la creación de nuestro Padre?
Es posible que haga muchos años que hemos pasado al “lado correcto de la línea” y, sin embargo, no estemos experimentando la salvación integral que Cristo ganó para nosotros en la cruz. Uno de los engaños de Satanás y, en ocasiones, reforzado por nuestra teología, consiste en haceros creer que la salvación únicamente tiene una dimensión espiritual y hacernos olvidar que Dios está interesado, preocupado y quiere redimir todas las otras dimensiones.
La gran invitación de Jesús en los evangelios es, sígueme. La vida cristiana es seguimiento del Maestro. Nos invita a seguirlo para restaurar en nosotros esas cuatro grandes rupturas provocadas por el pecado. Pero mientras nos va restaurando nos invita a que nos unamos a Él en el proceso de restaurar el universo al estado que Dios pensó y el pecado abortó.
El discipulado tiene pues esa doble vertiente, ser restaurados y colaborar con Jesús en restaurar a otros. El discipulado nos convierte en agentes de restauración en un mundo fracturado.
Si la salvación, usando las palabras de Jesús, ha llegado a nuestras vidas, entonces nos podemos convertir en colaboradores de Jesús en su tarea de destruir las obras del maligno. Toda nuestra vida puede ser vivida en clave misional, en clave de colaborar con Jesús, en clave de ser agentes de restauración.
Constantemente estamos interactuando con otros seres humanos. Pensemos por un momento la multiplicidad de relaciones en las que participamos en un día cualquiera. Algunas de estas interrelaciones son con desconocidos. Otras, con personas cercanas a nosotros en diferentes grados. Si la salvación es percibida únicamente como “ayudar a cruzar la línea” nuestras posibilidades de colaborar con Jesús en su obra redentora son muy escasas. Con algunas personas nunca podremos, ni siquiera, intercambiar unas pocas palabras, con otras, ya hemos dicho todo lo que podíamos y debíamos decir.
Sin embargo, si la salvación es vista desde una perspectiva más amplia, como ese proceso de restauración del que hemos hablado en diferentes ocasiones, todas nuestras relaciones pueden ser vividas en clave redentora. Cada vez que interactuamos con una persona, en cualquier ámbito, por superficial que sea, podemos contribuir a aumentar las fracturas del pecado o, por el contrario, a destruirlas y restaurar.
En ocasiones, el Señor nos permitirá contribuir a restaurar la fractura que algunas personas tienen en su relación con Él. En otras, sin embargo, contribuiremos a restaurar interiormente a personas que viven bajo la esclavitud de la amargura, el resentimiento, la falta de perdón, la ansiedad o la depresión. En otras ocasiones, como buenos hijos de Dios, seremos pacificadores y, por lo tanto, contribuiremos a restaurar relaciones rotas en los diferentes ámbitos en los que nos movemos. Finalmente, con nuestro estilo de vida podemos contribuir a restaurar y preservar la creación de Dios. Esto puede hacer que todo acto de nuestra vida, toda relación, tenga un increíble valor redentor.
En 1 Juan 3:9 se puede leer, se sabe quiénes son los hijos de Dios y quiénes son los hijos del diablo, porque quien no hace el bien o no ama a su hermano, no es de Dios. No hay término medio en esta vida, o estamos del lado de Dios, destruyendo las obras del maligno mediante la restauración de esas cuatro fracturas o, por el contrario, estamos profundizando en esas rupturas y colaborando con Satanás en su obra de destruir el universo.
Es una batalla cósmica entre el poder destructor de Satanás y el poder restaurador de Cristo. Todos nosotros tomamos parte en la misma, nuestro estilo de vida nos alinea con el uno o el otro. Fracturamos o restauramos, no existe zona neutral.
Pero podemos vivir cada día como agentes de restauración porque podemos vencer al mal haciendo el bien. (Romanos 12:21)
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